Restaurant La Cuina del Mercat
Restaurant La Cuina del Mercat, Olot. Girona Fotos: Albert Serra i MarcTorra_Fragments
KILÓMETRO CERO
Después de un siglo, el antiguo mercado de la ciudad de Olot reabrió sus puertas con un aspecto totalmente renovado. Un nuevo comienzo. Entre sus servicios incorporaba un restaurante, “La cuina del Mercat” ( “La cocina del mercado” en catalán), que pretendía ser un reflejo del lugar donde se emplazaba. Un sitio donde poder degustar productos frescos locales de calidad.
El espacio reservado para ubicar el restaurante, cien metros cuadrados distribuidos en planta y altillo con una doble altura de diez metros sería el primer reto para la intervención. Se trataba de empezar de la nada un negocio de restauración, en un local difícil, que ni siquiera disponía de las instalaciones mínimas necesarias para albergar la actividad. Para acabar de complicarlo todo, tres de las cuatro fachadas eran totalmente acristaladas.
El estudio de interiorismo de Jordi Ginabreda toma como punto de partida una primera decisión radical, situar la cocina en el altillo, reservando una pequeña zona de emplatado y elaboración final en la planta baja asociada a la barra. El conjunto de escaleras, zona de elaboración y barra se sitúa justo debajo del altillo-cocina apoyándose en la fachada ciega del establecimiento.
La transparencia de los cerramientos reclamaba conseguir una cierta privacidad para los clientes, sobretodo en una ubicación tan concurrida como la plaza del mercado de una capital de comarca. Con ese propósito, unos bancos corridos con un respaldo de ciento treinta centímetros recorren todo el perímetro del espacio. Elaborados en madera de roble, contribuyen a proteger de las miradas indiscretas y definen en su recorrido una serie de reservados. De esta manera, el banco permite también modelar el espacio del comedor, enriqueciendo la planta libre original. A pesar de la rotundez y opacidad de la propuesta, la cuidada iluminación aporta al conjunto una inesperada sensación de ligereza, imprescindible en un espacio de dimensiones tan limitadas. Por encima del banco, grupos de plantas colgando a distintos niveles conforman una segunda barrera vegetal que completa el aislamiento respecto los transeúntes en la fachada más expuesta a la vía pública.
Una vez conseguido un interior discreto y bien definido, los conceptos de tradición y proximidad (física al mercado y conceptual al producto que éste ofrece) marcan la evolución del proyecto.
La barra es de mármol y con frontal alicatado; funcional y tradicional en su planteo y materiales, adopta un aspecto moderno por su diseño e iluminación.
La madera de roble local se convierte en el material predominante y da forma, no sólo a los bancos, sino también a las robustas mesas. De madera maciza y acabado crudo, mostrando orgullosas el relieve de sus fibras sin alisar, las mesas se convierten también en todo un testimonio de autenticidad y proximidad a la materia prima.
Las sillas con que se completa el apartado de mobiliario se pintan en una trasposición fácil, casi infantil, de los colores de los tres productos frescos básicos: carne (rojo), pescado (azul) y vegetales (verde). De nuevo la cercanía el mercado deja su huella, matizada, en la paleta cromática.
Ya solo quedaba afrontar el último escollo del proyecto, llenar el vacío generado por la doble altura de diez metros que sobrevuela el comedor y a la que se asoma la cocina. La cocina se oculta detrás de un gran plano de cristal espía que le aporta luz natural y vistas mientras la esconde de los clientes. El vacío se encarga de llenarlo un conjunto escultórico de tres lámparas con cincuenta puntos de luz, diseñado específicamente para el lugar por el estudio de Jordi Ginabreda. Visualmente se funden en un único elemento integrado, enorme reclamo que pende del techo y extiende sus brazos por todo el establecimiento, como una enorme raíz, recordándonos que ahí se ofrece un producto de la tierra, arraigado al territorio donde se ubica.
Contenido y continente unidos en la búsqueda de la calidad y la proximidad. Kilómetro cero.
FRESH FROM THE MARKET
A century later, the city of Olot reopened the doors of its totally renewed fresh food market. A new beginning. Among its services it incorporated a restaurant, “La cuina del mercat” (“Market’s kitchen” in Catalan language) that pretended to be a not only reflection of its location but also a place to savour quality fresh products from the area.
The space reserved to place the restaurant, one hundred square meters distributed between the street level and an attic, would be the first challenge of the intervention. The issue was starting from scratch a restaurant business in a very hard location that didn’t even have the minimum required facilities to host such activity. To complicate matters even more, three of the four façades were totally made of glass.
Jordi Ginabreda interior design studio takes a radical decision as starting point, the kitchen is placed at the attic and a little area for serving and finishing dishes is kept on the ground floor linked to the bar. The group formed by the staircase, the final elaboration zone and the bar are placed against the non-glazed façade.
The transparency of the vertical enclosures claimed some privacy for the customers, especially considering it’s located in such a crowded place as the region’s capital city market square. For this purpose, a series of continuous benches with one hundred and thirty centimeters back run all the perimeter of the space. Made out of oak wood, they help to protect from prying eyes and create different private spaces along its itinerary. In addition to this, the continuous bench also allows to shape the interior of the eating area enriching the bare original ground plant. Despite the heaviness and opacity of the proposal, the carefully designed lighting contributes to create an unexpected sense of lightness which is more than necessary in such a small space. Above the bench, different levels of hanging plants are used to create a second vegetation barrier that completes the isolation from the passerby in the most exposed frontage.
Once the discretion and definition of inner space are achieved, tradition and proximity (physical to the market place and conceptual to the products it offers) are the ideas that lead the project’s evolution.
The bar is made of marble and its vertical face is tiled with ceramic pieces; functional and traditional in its conception and materials, the design and illumination give it a modern twist.
Regional oak wood becomes the predominant material and shapes not only the benches but the robust tables as well. Made of solid timber with a raw finishing, proudly showing the relief of its unsanded fibers, the tables also work as a testimony of authenticity and closeness to the raw material.
Ending with the furniture section, chairs are painted using an easy, almost naïve, transposition of the colours of the three basic fresh products: meat (red), fish (blue) and vegetables (green). Once again, the adjacent market leaves its footprint, tinged, in the chromatic palette.
At this point, there was only the last hurdle left: filling the void created by the ten meters double-height that overflies the dining room and where the kitchen overlooks. The kitchen is concealed behind a big mirror-glass enclosure that brings daylight in and allows the views over the place while hiding it from the customers. The void is filled by a sculptural set of three lamps with fifty light spots designed specifically for the restaurant by Jordi Ginabreda studio. Visually, they merge into one single huge integrated object, an enormous call that hangs from the roof and spreads its arms all around the place, like a massive root, to remember everybody that the product served in there comes from the surrounding region and it’s deeply rooted in the territory where it’s sited.
Container and content seeking together for quality and proximity. Fresh from the market.